Comentario
CAPÍTULO III
De la continua pelea que hubo hasta llegar al pueblo principal de Apalache
Pareciendo al gobernador Hernando de Soto que por aquel día se había hecho harto en haber salido de los montes, donde tanta contradicción había tenido, y en haber castigado en parte a los indios, no quiso pasar adelante, sino alojar su ejército en aquel llano, por ser tierra limpia de monte. El real se asentó cerca de un pueblo pequeño, del cual empezaba la poblazón y sementeras de la provincia de Apalache, tan nombrada y famosa en toda aquella tierra.
Los indios no quisieron reposar la noche siguiente, ni que los cristianos descansasen de los malos días y noches que después que llegaron a la ciénaga les habían dado, que en toda la noche cesaron de dar grita y vocería y arma y rebatos a todas horas, echando muchas flechas en el real. Con esta inquietud pasaron toda la noche los unos y los otros, sin llegar a las manos.
Venido el día, caminaron los españoles por unas grandes sementeras de maíz, frisoles y calabazas y otras legumbres, cuyos sembrados a una mano y a otra del camino se tendían por aquellos llanos a perderse de vista y de travesía tenían dos leguas. Entre las sementeras se derramaba gran poblazón de casas sueltas y apartadas unas de otras, sin orden de pueblo. De las casas y sementeras salían los indios a toda diligencia a flechar los castellanos, obstinados en el deseo y porfía que tenían de los matar o herir. Los cuales, enfadados de tanta pertinacia y enojados del coraje y rencor que les sentían, perdida la paciencia, sin alguna piedad, los alanceaban por los maizales por ver si con el rigor de las armas pudiesen domarlos o escarmentarlos, mas todo era en vano, porque tanto más parecía crecer en los indios el enojo y rabia que contra los cristianos tenían cuanto ellos más deseaban vengarse.
Pasadas las dos leguas de los sembrados, llegaron a un arroyo hondo, de mucha agua, y monte espeso que había de la una parte y otra de él. Era un paso bien dificultoso y que los enemigos lo tenían bien reconocido y prevenido para ofender en él a los castellanos. Los cuales, viendo las dificultades y defensas que el paso tenía, se apearon de los caballeros más bien armados y, a espada y rodela, y otros con hachas, ganaron el paso y derribaron las palizadas y barreras que había hechas para que los caballos no pudiesen pasar ni sus dueños ofenderles. Aquí cargaron los indios con grandísimo ímpetu y furor, poniendo su última esperanza de vencer a los cristianos en este mal paso por ser tan dificultoso, donde fue brava la pelea y hubo muchos españoles heridos y algunos muertos, porque los enemigos pelearon temerariamente haciendo como desesperados la última prueba; mas no pudieron salir con su mal deseo, porque los castellanos hubieron la victoria mediante el ánimo y esfuerzo que mostraron y la mucha diligencia que pusieron para que el daño no llegase a ser tan grande como habían temido recibir en paso tan dificultoso.
Pasado el arroyo, caminaron los castellanos otras dos leguas de tierra limpia de sembrados y poblazón. En ellas no acudieron los indios porque en campo raso no podían medrar con los caballos. Los cristianos se alojaron en aquel campo, que era limpio de monte, porque los indios, con el temor de los caballos, viéndolos fuera de monte, los dejasen dormir que, según los cuatro días y las tres noches pasadas habían velado y trabajado tenían necesidad de descanso. Mas aquella noche durmieron tan poco como las pasadas, porque los enemigos, fiados en la oscuridad de la noche, aunque en tierra limpia, no cesaron en toda ella de dar arma y rebatos por todas las partes del real, no dejando reposar los castellanos por no perder la opinión y reputación que los de esta provincia de Apalache entre todos sus vecinos y comarcanos habían ganado de ser los más valientes y guerreros.
El día siguiente, que fue el quinto después que pasaron la ciénaga, luego que empezó a caminar el ejército, se adelantó el gobernador con doscientos caballeros y cien infantes porque de los indios prisioneros supo que dos leguas de allí estaba el pueblo de Apalache y su cacique dentro con gran número de indios valentísimos esperando los castellanos para los matar y descuartizar a todos. Palabras son las mismas que los prisioneros dijeron al gobernador, que, aunque presos y en poder de sus enemigos, no perdían la bravosidad y presunción de ser naturales de Apalache. El general y los suyos corrieron las dos leguas alanceando cuantos indios a una mano y a otra del camino topaban. Llegaron al pueblo, hallaron que el curaca y sus indios lo habían desamparado. Los españoles, sabiendo que no iban lejos, los siguieron y corrieron otras dos leguas de la otra parte del pueblo, mas, aunque mataron y prendieron muchos indios, no pudieron alcanzar a Capasi, que así se llamaba el cacique. Este es el primero que hallamos con nombre diferente de su provincia. El adelantado se volvió al pueblo, que era de doscientas y cincuenta casas grandes y buenas, en las cuales halló alojado todo su ejército, y él se aposentó en las del cacique, que estaban a una parte del pueblo y, como casas de señor, se aventajaban a todas las demás.
Sin este pueblo principal, por toda su comarca, a media legua, y a una, y a legua y media, y a dos, y a tres, había otros muchos pueblos, los cuales eran de cincuenta y de a sesenta casas, y otros de a ciento, y de a más, y de a menos, sin otra multitud de casas que había derramadas sin orden de pueblo. El sitio de toda la provincia es apacible: la tierra fértil, con mucha abundancia de comida y gran cantidad de pescado, que, para su mantenimiento, los naturales todo el año pescan y guardan preparado.
El gobernador y sus capitanes y los ministros de la Hacienda Real, todos quedaron muy contentos de haber visto las buenas partes de aquella tierra y la fertilidad de ella, y, aunque todas las provincias que atrás habían dejado eran buenas, ésta les hacía ventaja, puesto que los naturales eran indómitos y temerariamente belicosos, como se ha visto y adelante veremos en algunos casos notables que, en particular y en general, entre los españoles e indios acaecieron en esta provincia, aunque por excusar prolijidad no los contaremos todos. Por los que se dijeren, se verá bien la ferocidad de estos indios de Apalache.